3) NORTE
En octubre de 1946 (el 8 de octubre, fecha importante par mí) conocí a Amparitxu Gastón. Nos entendimos enseguida; nos quisimos muy pronto; y esto fue para mí la resurrección. Salía, con su ayuda y su apoyo, del mundo elucubrante de TENTATIVAS a la difícil y sabrosa realidad. Y así, sin pensarlo demasiado, decidimos fundar una colección de poesía: NORTE. Y montamos una pequeña oficina en un rincón de la Parte Vieja donostiarra: Juan de Bilbao, 4, 3º.
NORTE, según pensábamos Amparitxu y yo en aquel momento, debía ser un puente tendido por encima de la "poesía oficial" hacia los entonces olvidados poetas del 27, hacia la España peregrina, y hacia la poesía europea de la que el autarquismo cultural, y la dificultad de hacerse con libros extranjeros, nos tenía separados desde el fin de nuestra guerra. Por eso publicamos, entre los extranjeros, a Rilke, Rimbaud, Blake, Eluard, Lanza del Vasto, Sereni, Mario Luzi etc. Y entre los españoles, a Leopoldo de Luis, Labordeta, Cela, Cremer, Bleiberg, Ricardo Molina y otros. Lo que nosotros queríamos era romper un cerco: El estúpido cerco de la "poesía oficial". Y si después, con las visitas de Virgilio Garrote, Jorge Semprún, Eugenio de Nora y Blas de Otero, fuimos convirtiéndonos en uno de los primeros nidos de la "poesía social" fue porque el desarrollo de nuestra poesía así lo demandaba.
Personalmente yo estaba aún lleno de dudas. Había pasado por posiciones existencialistas (las de los poemas que firmé "Juan de Leceta": "Avisos", "Tranquilamente hablando", "Las cosas como son"), y me parecía que apear el lenguaje, hablar de lo que todo el mundo habla en la calle, y emplear, si era necesario, un sorpresivo lenguaje directo, prosaico, y conversacional podría salvar la poesía del aislamiento en que estaba quedando con su irse por las nubes y no tratar de lo que a todo el mundo realmente le preocupaba. Pero, naturalmente, era imposible hablar de lo que la gente decía en la calle, sin incidir en la política. Es decir, sin tomar partido y "comprometerse", como rezaba la fórmula de la época.
Esta situación me llevó a escribir la cantata "Lo demás es silencio" publicada en 1952. En esta cantata, un Protagonista (el viejo existencialista que yo había sido) se enfrentaba dialécticamente con un Mensajero (un marxista rígidamente staliniano), teniendo por fondo un indeciso Coro o Pueblo-Mar (los vencidos, los mudos, a los que según mi entender el poeta estaba obligado a dar voz).
Cuando publiqué "Cantos Iberos" (1954) había ya clarificado cuanto aparecía suficientemente insinuado en mi poemas anteriores; y muy concretamente en el texto que puse al frente de los poemas seleccionados en la "Antología Consultada" (1952). Decía así (y aunque este texto ha sido muchas veces mal entendido, no le añadiré apostillas que podrían parecer rectificaciones, entre otras cosas porque su sentido es inseparable de la época en que lo escribí):
Poesía eres tú
"Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo o como quien posa para la posteridad. La poesía no es (no puede ser) intemporal o, como suele decirse un poco alegremente, eterna. Hay que apostar al "ahora o nunca"."
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"Hay quien reza beato: tiempo al tiempo; y hay quien exige nervioso: cada cosa a su tiempo. Aquéllos, perfectistas, estiman en cada obra poética su mayor o menor aproximación a un valor absoluto e inmóvil que llaman Belleza. Éstos, temporalistas, sólo ven en esas obras unos testimonios que, por humanos, son inseparables de un aquí y un ahora. Yo soy de estos. Creo que la Belleza es un ídolo metafísico. La eficacia expresiva me parece más importante que la perfección estética."
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"La poesía no es un fin en sí. La poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo. No busca una posteridad de admiradores. Busca un porvenir en el que, consumada, dejará de ser lo que hoy es."
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"Nada de lo que es humano debe quedar fuera de nuestra obra. En el poema debe haber barro, con perdón de los poetas poetísimos. Debe haber ideas, aunque otra cosa crean los poetas acéfalos. Debe haber calor animal. Y debe haber retórica, descripciones y argumentos, y hasta política. Un poema es una integración y no ese residuo que queda cuando en nombre de "lo puro", "lo externo" o "lo bello", se practica un sistema de exclusiones.
La Poesía no es neutral. Ningún hombre puede ser hoy neutral. Y un poeta es por de pronto un hombre."
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"La poesía es "un modo de hablar". Pero expresar no es dejar ahí, proyectada en un objeto fijo (poema o libro), la propia intimidad. No es convertir en "cosa" una interioridad, sino dirigirse a otro a través de la cosa-poema o la cosa-libro.
La poesía no está encerrada y enjaulada en los poemas. Pasa a través de éstos como una corriente y consiste precisamente en ese pasar transindividual, en ese ser del creador y el receptor uno para el otro y en el otro, en ese contacto y casi cortocircuito entre dos hombres que, más allá de cuanto pueda explicitarse, vibran a una.
El cortocircuito quema y deja en nada la materia verbal.
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"Nuestra Poesía no es nuestra. La hacen a través nuestro mil asistencias, unas veces agradecidas, otras, inadvertidas. Nuestra deuda (la deuda de todos y de cada uno) es tan inmensa que mueve a rubor. Aunque, nuestro señor, yo tienda a olvidarlo, trabajamos en equipo con cuantos nos precedieron y nos acompañan.
Estamos "obligados" a los otros. Y no sólo porque hemos recibido en depósito un legado que nos trasciende, sino también porque el poeta siente como suya la palpitación de cuanto calla, y la hace ser (debe hacerla ser) diciéndola. Esta es precisamente su misión. No expresarse a sí mismo sino mantenerse fiel a esas voces más vastas que buscan en él la articulación y el verso, la expresión que le de a luz.
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"Nuestros hermanos mayores escribían para "la inmensa minoría". Pero hoy estamos ante un nuevo tipo de receptores expectantes. y nada me parece tan importante en la lírica reciente como ese desentenderse de las minorías y, siempre de espaldas a la pequeña burguesía semi-culta, ese buscar contacto con unas desatendidas capas sociales que golpean urgentemente nuestra conciencia llamando a vida. Los poetas deben prestar voz a esa sorda demanda. En la medida en que lo hagan "crearán" su público, y algo más que un público."
Estas aseveraciones de la "Antología Consultada" pecaban, en parte, de exageradas, Pero es comprensible que así fuera si se tiene en cuenta que fueron escritas en un álgido momento de combate. Por eso después de meditar sobre lo que en ellas pudiera haber de utópico, escribí en el prólogo de "Poesía Urgente" (1960):
"El acceso a esa "inmensa minoría", sin la cual nuestra poesía no será nada, salvo bizantinismo, no puede lograrse con una revolución literaria. Los recursos técnicos, y en especial la posibilidad de hacer audibles y no sólo legibles nuestros versos, gracias a medios como el micro, el altavoz, lar radio etc. son sumamente importantes y están llamados a revolucionar una literatura que venimos concibiendo desde el Renacimiento bajo el signo de la imprenta, que es como decir, de la lectura a solas. Pero hay algo aún más importante. Se trata del acceso a la cultura de capas sociales que hasta hace poco han vivido en estado de pura naturaleza, pero que ya empiezan a llamar sordamente pidiendo otra vida. Sólo en la medida en que el poeta sepa responder a esta demanda, logrará crear un público, y algo más que un público. Pero sería ilusorio confiar sólo en los recursos literarios. Para salvar la Poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que trasformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro."
Si el lector presta atención a los últimos textos que he citado, advertirá cómo, pese a diferencias aparentes, no hacen sino repetir algunas ideas de "Tentativas", obsesivas en mí por lo visto: La inoperancia del yo, la asunción de toda la humanidad en cada hombre singular. Creo que esto aparece bien manifesto en el prólogo titulado "Nadie es nadie" que puse a mi libro "Paz y Concierto" (1953). Decía en él:
"Vivimos unos por otros, unos con otros, todos para un conjunto que se nos escapa entre los dedos cuando tratamos de apresarlo; nadie para sí mismo pues que, cuando se mete en su soledad, se siente más que nunca habitado por presencias que son suyas mas no son él. ¿Hay que denunciarlo? El yo no existe. El yo es un encantamiento: Un aparato fácilmente manejable al que todos nuestros muertos recurren para ser de algún modo; un sistma tan milagrosa y provisionalmente oscilante que un cambio atmosférico, una palabra que nos dicen en voz baja, una emoción, una droga (quizá una película de actualidad, seguramente mala, pero siempre impresionante) alteran hasta extremos imprevisibles. Y sin embargo, aunque uno no es nada, debe responder de todo: del mundo entero y de todos los hombres, secreta o patentemente, que fueron y han de venir, son ya en nosotros coleando o germinando. Por que todo (lo vivo y lo muerto, lo animado y lo inanimado, lo alto y lo bajo, lo futuro o fuera del tiempo y lo preciosamente efímero expuesto como un escándalo en los escaparates de lo instantáneo) está buscando en cada uno de nosotros su salvación, y está así haciéndonos ser como somos más de lo que sabemos, ser anteriores a nuestra historia y a nuestra conciencia, ser sin consecuencia previsible lo que cambiando hace como que se repite pero es una invención permanente, ser por archiviejos o archinuevos más allá de nosotros mismos."
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"Repitámoslo. Recémoslo: Nadie es nadie. Busquemos nuestra salvación en la obra común. Pesemos nuestra responsabilidad. Sintamos cómo al replegarnos sobre nosotros mismos nuestra inanidad nos angustia, y cómo al entregarnos, al ser para los otros, al ser en los otros y al participar a compás en la edificación general del futuro, el corazón se nos ensancha, el pulso nos trabaja, la vida canta y somos por fin, a todo voltaje, hombres enteros y verdaderos. Salvémonos así, aquí, ahora mismo, en la acción que nos conjunta. No seamos poetas que aullan como perros solitarios en la noche del crimen. Carguemos con el fardo y echémonos animosamente a los caminos matinales que ilumina la esperanza."
Y así me eché yo, efectivamente, siempre con Amparitxu a mi lado, cuando en 1956, ahorqué mis hábitos de ingeniero burgués, abandoné la fábrica de mi familia y me trasladé a Madrid, con el cielo arriba y la tierra abajo, como suele decirse. Eran los años en que la poesía social estaba en auge. Los años en que mis libros más considerados estuvieron: Los años de lucha y vida furiosa en que Amparitxu tanto me sostuvo. Y aunque fueron también los años de multas, cárcel, persecuciones y dificultades económicas son los que siempre añoraré. Porque entonces parecía que uno servía para algo.