I) FICHA
Nací en Hernani (Guipúzcoa) el 18 de marzo de 1911, pero cuando aún tenía pocos días me trasladaron a San Sebastián, donde habitualmente vivían mis padres. Y en San Sebastián transcurrió toda mi infancia.
Mi padre se llamaba Luis Múgica Leceta. Aunque de origen humilde (mi abuelo Múgica era carpintero) mi padre logró crear una empresa industrial que hoy día tiene cierta importancia.
Mi madre se llamaba Ignacia Celaya Cendoya. Los Celaya-Cendoya dieron siempre en médicos, músicos y aventureros. Y así, aunque procedían de una clase más alta que los Múgica, fueron declinando.
Mi nombre completo es Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta, y con mi apellido civil (Rafael Múgica) firmé mis primeros libros. Después, cuando ya trabajaba en la empresa familiar, el Consejo de Administración me advirtió que eso de que un ingeniero-gerente escribiera versos "podía perjudicar al crédito de la empresa". Recurrí entonces a mi segundo nombre y mi segundo apellido. Y así nació "Gabriel Celaya".
Más tarde, en mi deseo de romper con todo el pasado, y como me parecía haber logrado un estilo que así lo demostraba, publiqué algunos libros firmando con mi tercer nombre y mi tercer apellido: "Juan de Leceta". Y aunque luego renuncié a ese heterónimo y no seudónimo pues señala un cambio radical en mi vida -- creo que que el "estilo Leceta" se halla latente en todo lo que después he seguido firmando "Gabriel Celaya".
Estudié en el Colegio de El Pilar de San Sebastián. Y, al revés que los genios, siempre fui un primero de clase. Creo que esto se debía, más que a mis dotes, a que era un niño tímido, consecuentemente orgulloso, y libresco.
A los doce años, caí enfermo. Tenía fiebre, y ningún médico entendía la causa. Después de muchas consultas, análisis y rayos X, se decidió que debía suspender mis estudios y cambiar de clima.
Así comenzó un período de mi vida que nunca he logrado entender bien. Alejado de la casa familiar, separado de mi padre y mis hermanas, sin contacto con ningún chico de mi edad, viví muchos meses solo como mi madre en un hotel de Pau (Francia). Después, mi madre alquiló una villa en El Escorial. Allí por lo menos vinieron mis hermanas. Pero yo seguía enclaustrado entre médicos y enfermeras, y sometido a un reglamentado régimen de archicuidados, y sin amigos de mi edad. Estoy seguro de que todo ello estuvo dictado por el cuidado que merecía mi preciosísima persona de último y único representante de la familia Múgica, pero, al margen de que nunca se me diagnosticó ninguna enfermedad concreta, estoy seguro también de que aquel régimen fue fatal para mi salud psíquica. Y naturalmente, empecé a escribir frenéticamente.
En 1925, no sé por qué, se me dio por curado, como antes, de un modo no menos fantástico se me había dado por enfermo, y me devolvieron a mi casa de San Sebastián, después de dos años de ausencia. Mis padres decidieron que en lo sucesivo, en lugar de volver a al Colegio del Pilar, estudiaría como "libre" en el Instituto. Recuperé los dos años de Bachiller que había perdido, y en 1927 ya tenía el título sin retraso de edad. Porque, como he dicho, siempre fui totalmente estudioso.
Cuando terminé el Bachiller, mis padres daban por descontado que yo estaba llamado a ser ingeniero industrial y, después, director de la empresa familiar. Yo quería estudiar Filosofía y Letras, pero me dijeron que si no me gustaba la carrera de ingeniero, podía incorporarme inmediatamente a la empresa. La práctica me enseñaría a ser un hombre de negocios. Al fin y al cabo ni mi abuelo ni mi padre habían tenido carrera. Ante esto, escogí la carrera de Ingeniero; es decir, Madrid, el mundo abierto.
Felizmente, mi padre (que era de ideas liberales) me llevó a vivir a la Residencia de Estudiantes de la calle Pinar, y ésta, dado su ambiente, fue decisiva para mi formación. Don Alberto Jiménez Fraud, presidente de la residencia, recibía en su casa a los mejores de la época, y era por eso frecuente para los que vivíamos en la Colina de los Chopos, encontrarnos con Juan Ramón, con Ortega o con Unamuno. Por la Residencia desfilaron también durante mis años de estudiante, Baruzi, Keyserling, Marinetti, Calder, Aragón, Strawinsky, Le Corbussier, Milhaud, Worringer, Jules Romain, Valery y otros muchos que, al margen de sus conferencias, gustaban de charlar con nosotros, jóvenes estudiantes de la FUE, porque eran hombres abiertos y nuestros problemas les interesaban.
Además de mi estancia en la Residencia de Estudiantes durante ocho años, tengo que agradecerle a mi padre el que costeara mis primeras vacaciones (veranos de 1928 y 1929) en Tours (Francia). Mi patrona en Tours era una vieja solterona aristocrática (mademoiselle Olga Prot de Vièville) que me cogió un gran cariño porque mis rebeldías de adolescente le hacían mucha gracia. Me empapó de clásicos franceses, y sobre todo de Pascal (para que recobrara la fe, decía), y además, como ella, de joven, se había educado en Alemania, abrió para mí el mágico mundo de los románticos alemanes. Por otra parte, fue en mis vueltas por las librerías de Tours donde encontré unos libros que me fascinaron: eran los surrealistas.
A estas primeras influencias (pues en el Bachiller no me habían enseñado nada de nada) , tengo que añadir las de Nietzsche y Goethe, que desde mis 17 años fueron, y aún siguen siendo, mis autores predilectos. Y tengo que añadir a esto la influencia de los poetas del 27: Federico García Lorca, y Moreno Villa, tan vinculados a la Residencia; Gerardo Diego, del que mi amigo José Solís había sido discípulo en Gijón; y Jorge Guillén, al que me recitaba de memoria otro compañero de la Resi, José Orbaneja, que, por vallisoletano, conocía personalmente a Guillén. Después descubrí a Rafael Alberti y Pedro Salinas; y más tarde de con Vicente Aleixandre; otra influencia profunda en mí.
Entre 1927 y 1935 cursé la carrera de ingeniero industrial sin dificultades ni suspensos. Es decir, sin alarmas para mi familia. Pero lo que realmente me ocupó y me preocupó durante esos años (y eso sí que debía haber alarmado a los míos) no fue la ingeniería, que despachaba como un asunto de trámite, sino la pintura, en la que fracasé, pese a mi entusiasmo, por falta de preparación técnica, y la literatura, en la que el autodidactismo produce mejores resultados. Pese a todo, aunque en aquellaépoca escribía mucho, nunca intenté publicar ni leí a mis amigos lo que escribía.
Y así, a mediados de 1935, me encontré confinado en San Sebastián y convertido en ingeniero-gerente de la empresa de mi familia. Esa empresa de la que tanto me costó desligarme.