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Celaya, Gabriel
La soledad cerrada / Rafael Múgica.- San Sebastián: Gráfico-Editora, 1947.- 93 p.; 17 cm.- (Cuadernos de poesía "Norte")
Ed. facs.: Donostia-San Sebastián: Diputación Foral de Gipuzkoa, Departamento de Cultura, Euskara, Juventud y Deportes, 1999.[compra]
"La soledad cerrada"

                                              En el Origen nada existía sino Atman.
                                              Miró en torno a sí, y sólo se vio a sí mismo.
                                              Entonces tuvo miedo: por eso el hombretiene miedo cuando
                                              está solo.
                                              Después pensó: «¿De qué tener miedo, puesto que nada existe
                                              sino yo?»
                                              Pero estaba triste: por eso el hombre está triste cuando está
                                              solo.
                                              Entonces deseó un segundo ser.

                                                                                              Upanishad-Brihadaranyaka.

Los poemas incluidos en este volumen obtuvieron el primer premio
en el concurso organizado el año 1936, con ocasión del centenario
de Bécquer, por el Lyceum Club Femenino. Con excepción de Tierra
(publicado en el núm. de Floresta) y Primavera (fragmentariamente
publicados en el número 4 de «Cuadernos de Poesía»), estos poemas
han permanecido inéditos hasta hoy.

QUIEN ME HABITA
                         Car Je «est» un autre.
                                                          Rimbaud

¡ Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida se de-
rrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar !

¡ Qué extraño es verme aquí sentado !
¡ Qué extraño verme corno una planta que respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado,
y un denso empuje que se abre paso difícilmente
por mis venas !

¡ Qué extraño es verme aquí sentado,
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido !

¡ Oh, qué extraño, qué horriblemente extraño!
La sorpresa hace mudo mi espanto.
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.

EL ESPEJO

I

En soledad no estoy solo ; alguien vive dentro mío.
Narciso ve en el agua un ser que no es él mismo ;
se inclina ávidamente buscando su secreto,
pero descubrirlo es entrar en la muerte.

El que se asoma a un espejo está cogido:
le sorprenden los misterios imprevistos.
Al tenue resplandor de las brisingas
surgen los jardines abisales del delirio.

Levísimo, cantando, muy lejos, en el fondo,
algo me arrastra suavemente a su sima ;
me dan miedo esos ojos, mis ojos, tan extraños
cuando desde el alinde me miran implacables.

Su presencia, mi reflejo, me vuelve hacia mí mismo,
me hunde poco a poco en mis céntricos abismos,
me lleva hasta esa blanca catedral del silencio
donde la luna es la virgen desnuda que yo adoro.

Un fantasma se levanta de mis ruinas congeladas
y soy yo, soy yo mismo, mi doble;
oigo su voz que es un frío en mis huesos,
su voz que me revela... No sé ; no recuerdo.

¡ Oh virgen de los lívidos ojos desorbitados,
envuelta en un halo de plata violeta,
de palidez nocturna, de frío de menta,
virgen desamparada en la orilla del cielo !

Luz cenital ; sala de mármol:
sobre el blanco pavimento estás tendida,
desnuda y desangrada, no dormida,
soñada por la luna de los asesinatos.

No sonriendo, ni triste, ni severa,
hierática en la altura de un silencio,
mirándome y mirándote en mis ojos
absortos como un mar frío y sin sueño.

II

Angel de mis aguas quietas que llega del misterio
y me mira con sus ojos abiertos como heridas;
ángel que, rechazado, paraliza
mi cuerpo frente al suyo en el espejo.

Frente a frente, tensando la obsesión del enigma,
tendíamos tú y yo los hilos de la trampa:
Era ese silencio del que ya no se sale,
un silencio dulcísimo: la muerte.

Por los atrios vacíos, por las plazas vacías,
por las deshabitadas ciudades de asfalto,
destrenzada, romántica, huyendo de sí misma,
la luna iba llorando su soledad polar.

La noche levantaba los brazos a lo alto,
corría entre las blancas estatuas de mármol.
Loco de soledad y de silencio,
yo hacía equilibrios al borde del espanto.

Mis manos se agarraban como raíces a la tierra,
mis ojos se abrían como una luz a gritos ;
aterrado de verme convertido en esfinge,
yo huía de mi enigma, huía de mí mismo.

Estallaban las blancas clausuras de lo abstracto
en un vuelo libre de pájaros ebrios ;
yo decía llorando: «La luna me domina,
soy hombre, sólo un hombre, libradme del misterio.»

Presencia misteriosa perdida o desechada,
fuiste obsesión, locura ; hoy sólo eres nostalgia
mientras en mis ojos azules de mar muerto
pasa como un témpano lentísimo el silencio.

RAPTO

            ¿Adónde te escondiste,
            Amado, y me dejaste con gemido?
                                         San Juan de la Cruz


Virgen sin ojos, luna abandonada,
témpano de desnudez a la luz de los astros ;
a la luz quieta y cortante de la muerte,
traslúcido cuerpo aterido de espanto.

En el bosque oscuro de los hombres callados
yo velo, te espero con los brazos en cruz.
Un puño se cierra con la angustia en mi pecho
y siento que vives, que esta ausencia eres tú.

La noche es un mecanismo de manos que se enlazan
o manos que se acercan y no llegan a tocarse,
de manos que crispa la luna, electrizada
por la atención obsesionante de un círculo de estatuas.

¡ Oh virgen, virgen loca, virgen ciega,
virgen de la poesía que sólo ve hacia dentro,
misterioso delirio, te siento como un ansia
de agua viva en la raíz que la música conmueve !

Mide mi amor por la desesperación de que un hombre es capaz ;
mide mi nostalgia por la lentitud de las mareas de la angustia;
mídeme como yo mido esta espera
por la exasperación de la mano que resbala sobre n cuerpo desnudo.

Tendida entre los árboles monstruosos de la fiebre,
con relámpagos blancos, tiembla la carne muerta ;
la luna delira hundida en una estatua
con los párpados bajos cubiertos de yedra.

El cielo es un círculo de gritos detenidos
que ilumina la súbita luz del espanto ;
el cielo es el vacío de un éxtasis redondo
girando alrededor de un culminante asombro.

Me seducen, me devoran los ojos de la locura,
bellos como el peligro, como el abismo,
como el resplandor de la maldición en el rostro de un niño,
bellos como el grito sin sentido que embriaga.

Yo acecho escondido entre plantas de carne,
entre hombres dormidos, y flota en tomo a ellos
un sueño denso y bajo cargado de inminencias,
todo un bosque poblado de deseos nocturnos.

Hay una respiración opaca y caliente jadeando,
un sordo soplo de potencia contenida:
silencio de acecho, silencio expectante
en el que laten vertiginosos los peligros.

Como el jaguar que tensa la curva de su salto
oculto en la noche que fosforece como un enorme ojo atento,
así te espero, ansío, corza blanca en lo oscuro,
así te acecho, virgen, en mi noche o misterio.

Te amo, te deseo con todos mis dientes y mis uñas ;
te amo como un perro de vinagre sediento,
como el león, esa cólera seca
que, al rugir, se desgarra.

Mi espesura te oculta -¡ oh bella durmiente !-,
bella desconocida enamorada de la muerte.
Siento que respiras, siento
que una inmensa quietud me escucha en este bosque.

¡ Oh clima de las altas fiebres exuberantes !
Marasmos y delirios de las aguas estancadas.
¡ Oh el grito de la garza en el quieto sopor del mediodía !
¡ Oh el silencio de la garza
en la noche de las alas lentas sobre los cañaverales !

¡ Oh vértigos al fondo, y gritos a lo alto !
Sofocado latir, y hundirse, y levantarse,
y sentir que en mí duerme un ser desconocido,
que mi angustia es tan sólo su respirar ahogado.

¡ Libertad en el grito, puerta grande del ansia
y en el vértigo mismo de un amor que devora !
Escucha siempre viva presencia misteriosa,
eres tú quien me duele con dientes apretados.

Eres tú lo que vive con alas cuando callo,
con manos impacientes cuando sufro ;
eres tú, ser nocturno que siento
tan cerca que ya casi no sé quién soy yo mismo.

¡ Tan cerca ! Y. sin embargo, te niegas obstinado
y eres, sólo un anhelo escondido latiendo.
¡ Oh noche sofocada, noche oscura y sin viento,
que apenas si un dolor vago ilumina !

Lucidez de la luna, lucidez de locura,
dije un día viéndote desnudo,
pero ahora te llamo porque me siento fuerte
para tu amor terrible y tu luz deslumbrante.

.................................................................. (*) (*) Inacabado.

BIENAVENTURANZA

Como el mar que golpea con su llanto apagado,
como eterno cansancio,
tiempo neutro, tiempo nulo, eres la muerte
que se alarga en un lamento obsesionado.

¡ Oh noches, cuando inmóvil, con los ojos en blanco,
descendí a lo más hondo-de mi inerte silencio !
Desnuda entre las algas verde-fosforescentes
yacías traspasada de misterio glacial.

La muerte se acercaba con un lirio en la mano,
suelta su cabellera de luz fría y delgada,
se inclinaba sobre mí para besarme,
murmuraba a mi oído sus secretos.

Eran las delicias y también los peligros
escondidos en las simas de uno mismo ;
¡ virgen crucificada en mis brazos abiertos !,
tan íntima que tan sólo tu presencia ya me duele.

Paisaje azul de luna, marismas de plata,
peñascos de metal pulidos por el rayo ;
bajo un cielo de acero implacable y brillante,
salinas y landas de arenas minerales.

Lentísimos ríos de pálido mercurio
huían por el fondo entre témpanos verdes,
entre plantas monstruosas de blanca luz nocturna
con un olor a éter y a soledad celeste.

¡ Oh noche submarina, delirio del silencio,
vértigo de la luna en pasmo frente a mí !
¡ Oh noche submarina, noche de amor oculto,
girando alucinada sobre mi soledad !

Noche de ojos cerrados y de puños prietos,
eras mi sufrimiento, mi voluptuosidad ;
tu amor casi dolía, tu tristeza era dulce,
tu aridez me quemaba con un amargo ardor.

Bajaba a tus abismos, me entregaba a tus fiebres,
buscándote, virgen, en este aislamiento ;
mi cerrada clausura de amianto y de vidrio
era tu madreperla, la noche de tu cuerpo.

Descendía sonámbulo, buzo de mi silencio.
¡ Qué yerto derrumbarme ! ¡ Qué ruinas hacia dentro !
Era como esa lenta destrucción de la tarde
reflejada en los ojos dorados del suicida.

Mi corazón temblaba, anémona sombría,
en desolados cielos de humedad amarilla.
Virgen blanca y helada, a ti me condenaba,
mi amante, mí enemiga, mi vicio, mi martirio.

Te veía ciega, delirando en mi noche,
sufriendo y viviendo de ser lo que se calla ;
eras un estremecimiento de desnudez y origen ;
en mí carne de sombra, calofrío de plata.

Te esperaba, esperaba tu tránsito de nieve,
la anunciación del alba de tu cuerpo desnudo,
la alegría naciendo a flor de espuma y beso,
la muerte, fiel reposo de mi inquietud en ti.

¡ Amor !, yo te miraba con rubor de silencio,
cerraba los ojos, te daba así mi vida,
virgen casi naciendo, hablándome casi,
en la atmósfera helada de ausencia enrarecida.

Celeste Inmaculada de mis Soledades,
¡ qué viva te sentía dentro de mí mismo !
Ya casi te veía, lucífaga, profunda,
tendida bajo el árbol de los escalofríos.

                                                   LOS PRESAGIOS

                                                           ¡Ay, quién podrá sanarme!
                                                           Acaba de entregarte ya de vero;
                                                           no quieras enviarme
                                                           de hoy más ya mensajero,
                                                           que no saben decirme lo que quiero.
                                                                                                    San Juan de la Cruz.

La música del silencio me murmura mis secretos
y es como el sigilo de mi virgen que se acerca
es una amenaza y una sonrisa triste,
es la hora del misterio que viene y que no viene.

Envueltos en un nimbo de niebla fría y éter,
los sonámbulos velan el enigma de la luna.
Los sonámbulos la miran con los ojos en blanco.
Es la hora del misterio que viene y que no viene.

Los ángeles extienden sobre mi cabeza
trémulas espadas blancas de silencio.
¡ Oh noche en equilibrio de formas calladas !
Es la hora del misterio que viene y que no viene.

Sube y baja lentamente la marea del silencio.
Sube y es una congoja sentir tan cerca lo oculto ;
baja, y espanta su abismo;
sube y baja y es la densa respiración de la angustia.

Se entra por los espejos en la sala de vidrio
donde dos hombres mudos, vestidos de hule verde,
con guantes de goma y máscaras de níquel,
se miran fijamente hasta entrar en la muerte.

La luna quieta y grande parece una amenaza.
Presente en todas partes, cerniéndose inminente,
cubriéndolo todo con su muda presencia
la luna es Ja obsesión de una amenaza.

Conjunción de planetas y cuerpos desnudos.
El cielo centellea como quien tirita.
En mis ojos, de un claro azul helado,
se reflejan los signos de un álgebra perfecta.

Siento como un vacío que el misterio está muy cerca,
tan próximo que la noche vuelve la cabeza.
Ante los crueles y apretados dientes blancos de los hombres,
la luna es el dolor de esa ausencia.

Rígido y quieto, deshabitado, inerte,
me veo sumergido en las aguas de un espejo,
espejo que fue luz entreabierta al misterio
y hoy sólo es ataúd de cristal para mi cuerpo.

¡ Amor, amor estéril del silencio y la nada !
Ya no te siento, virgen, temblando en mí y viviendo.
¿Para qué me consumo de amor vuelto hacia dentro?
Te he perdido, he perdido lo mejor de mí mismo.

¡ Adiós, virgen oculta, mi hermana en la locura,
presencia delirante, revelación profunda,
desnuda lucidez entre las ramas de mi sueño
y las aguas oscuras y lentísimas del cielo !

¡ Oh virgen reflejada en su propio misterio:
Narciso que se mira con amor y agoniza !
La virgen o la luna: ¡qué perfección estéril!
¡qué soledad de nieves o blancuras sin alma!

Yerta luna de enero, luna quieta y fría,
que escucha su silencio, que se escucha a sí misma,
¡ qué cerca de mi oído enmudecen tus labios !
¡ Ay amor, que la muerte es quien me está besando !

Así me he ido agotando, volviéndome hacia dentro,
por ansia de unos ojos cerrados para siempre:
muertos, porque la muerte es el desesperado abrazo
del hombre que no quiere huir de sí mismo.

¡ Oh estéril reflejarse ! ¡ Oh espejo frente a espejo !
Mar y cielo sumidos en un sopor denso.
¡ Oh limbos flotantes de claridades yertas !
¡ Flotar, sólo flotar en músicas sin alma !

SEQUEDADES

Sentirse como espuma de músicas vagas,
sentirse como suave palidez desmayada.
Sequedad del hastío y la blanda pereza,
que no son sino un sordo anhelo de no ser.

Travesías tristes por pálidos mares
en las tardes blancas como ausencias iguales ;
travesías lentas por mares indistintos,
a la deriva siempre, sin prisas y sin gritos.

Los marineros lloran -la cabeza en las manos
mientras vuelan libres los pájaros altos,
y tiembla en sus ojos -dolor, lucidez-
la quietud reflejada, la muerte de su ser.

¡ Oh estatuas paradas frente al mar inmenso
mirando el vacío con sus ojos ciegos !
¡ Oh limbo de una ausencia luminosa !
¡ Oh la nada --eternidad de esos momentos !

El aire se me evade en transparencias,
se escapa de sí mismo, de reflejo en reflejo ;
huye hacia el infinito, se propaga
en un lento ascenso de luz hacia la nada.

Tardes de helada ausencia, tardes muertas,
tardes de desvarío y spleen en las barandas,
tardes diáfanas y lentas que te dan
presencia blanca, muda en la nada.

LA ESTATUA Y LA PALOMA

En el aire vibraba algo inmenso y pausado,
era como un rumor de hojas grandes creciendo,
rumor de mar, de amor,
rumor de una tranquila plenitud respirando.

¡ Adiós, virgen dormida ! Ya viene el toro vivo ;
mientras tus ojos se abren como flores submarinas,
ya viene el toro ciego, ciego instinto,
recto precipitarse en rectas ansias.

¡ Adiós, virgen dormida, noche martirizada,
confuso padecer las más lívidas ansias !
¡ Adiós, virgen dormida, sonámbula en mi muerte !
De mis siete silencios, tú, mi séptima hermana.

Sobre sus brazos rubios las olas te traen yerta,
desnuda en la delicia del agua y de la espuma ;
te saludan los toros de sangre y sol mugiendo
frente a un mar de sonrisas que justamente apuntan.

Te saluda en tu muerte lo que apenas si nace:
la arena y la brisa, la espuma y las nubes,
el alba y este loco delirio del caballo
que corre por el fondo del ojo del dios-sol.

El mar, de puro ser, se está quedando inerte.
¡ Ser mar ! ¡ Ser sólo mar ! Lo quieto en lo presente ;
y no luna sin sangre, blanco abstracto hacia muerte,
claridad del silencio, luz mortal de nieve.

¡ Ser mar ! ¡ Ser sólo mar ! ¡ Mar total en presente !
Un «ahora», un «aquí» clavados y vibrantes.
La brisa pasa como un lento entonar la mirada,
como un lento desmayo de la virgen en mi.

¡ Oh estatua de mármol, paloma de sangre !
La inmóvil perfección y las alas huyendo.
¡ Oh estatua de cristal con la paloma dentro !
La estéril perfección y las alas batiendo.

¡ Oh los dientes blancos, la estatua ante la luna !
¡ Oh viento negro y paloma girando !
¡ Oh estatua, oh paloma !
¡ Oh quieta muerte eterna ! ¡ Oh vuelo, vida muerta !

La estatua está hundida en el fondo de un silencio ;
la paloma, volando en lo alto de un grito ;
la estatua, submarina, cubierta de musgo ;
la paloma, en el aire salpicada de espuma.
la estatua se cierra mortal sobre sí misma ;
la paloma se abre a una vida ignorada ;
la estatua y la paloma ; la paloma y la estatua.
¡ Oh victoria de los mares ! ¡ Oh derrota
de mis soledades !

LA SOLEDAD ABIERTA

Siento el olor salobre de la madrugada,
la fruta verde y agria entre los gritos del cuchillo,
o entre los dientes voraces y blanquísimos
de esta luz nueva que estrena su avidez.

Los árboles tienen brazos de amor para la tierra
y brazos extáticos tendidos a lo alto ;
pero el hombre no tiene ni ramas ni raíces
y es un grito que resuena en lo cóncavo vacío.

La arena cruje leve, casi tierna, bajo la planta desnuda,
la hierba es en mi piel como un labio sediento,
las piedrecillas blancas, las rocas y la arcilla
como la grava gris parece que me aman.

Su frío o su aspereza, su humedad, su dulzura
suben como un escalofrío de yedra por mis piernas.
La tierra se extiende abierta a mis brazos,
mas yo sólo la toco con un ansia de salto.

El hombre no, no hunde raíces en lo oscuro,
no siente las larvas, los topos y la muerte,
los mil siglos de hielo, de aliento duro y seco
de los que, dormidos, le esperan en el fondo;

no siente en su silencio los brazos que se alargan,
las uñas que arañan las blanquísimas raíces,
la terquedad obstinada con que un ojo perfora,
como espada de luz, una vida de sombra.

Hay algo denso y callado algo que pesa y vive:
el sueño de la tierna dormida en nuestra carne ;
pero el hombre lo ignora y vive sin raíces
porque nunca ha tocado con pie desnudo el suelo.

Ni ramas, ni raíces, ni la brisa que enreda
un amor tumultuoso en las hojas del sauce,
ni sentir tan siquiera las manos de los muertos
que buscan nuestras manos debajo de la tierra.

Ni ramas en los blancos jardines del alba,
ni ramas sobre el sueño de la virgen dormida,
ni aun de un agua más quieta, ni aun del mismo mar
que a esta hora es el rubio corazón de lo eterno.

En el fondo del cuerpo pesan cien gritos muertos,
pesan como un sueño de sombra amordazada ;
pero no lo retienen, la tierra se le escapa,
y el hombre es una loca cabellera perdida.

Por los ventanales, un día inmaculado,
o por tus mismos ojos, acaso, cuando tiemblas,
por las grietas del alba y la luna aterida
escapa transparente, flotando sin sentido.

¡ Decidme amor perdido, decidme adónde voy !
Un ansia tumultuosa me arrastra por los limbos,
por los límites blancos, más allá de la muerte,
por las fronteras claras de un mar que ya no es mar.

¡ Qué serena tristeza de amor contenido !
¡ Qué silencio en el alma como un veneno dulce !
Sé que bajo mis párpados duermen vidas quietas
que esperan que los abra para volver a ser.

Hay árboles, jardines, casas, pájaros, gritos.
¡ Oh claridad lejana de las tardes de infancia !
hay quizá tamarindos, o nubes, o luz blanca
de una mañana eterna vivida no sé cuándo.

Todo espera tranquilo y soy yo mismo muerto,
yo mismo que he olvidado lo que fui, que reposo
sobre esta dulce ausencia de no sentirme nada,
que es un sentirme todo, que es no sentirme a mí.

Cabellera perdida sin ramas ni raíces
fríamente flotando en los limbos callados
con una suavidad de agua mansa y sin forma,
de agua que así fluye muriendo en negaciones.

¡ Decidme, amores, ansias, decidme lo que quiero,
decidme si es la oscura nostalgia de la tierra
o si es que sueño acaso con praderas ligeras
o si es sencillamente que quiero reposar !

Hay días, hay mañanas en que el aire ¡limitado
me hace todo ramas, cabellera tendida ;
hay otros en que huele la tierra mojada
y me quedo en lo oscuro, raíz estremecida.

Así vivo flotando, flotando sin sentido,
viviendo con la luz, con la tierra y la luz,
obediente a su impulso, negando mi existencia,
matándome o buscando una vida total.

Lo que cruje con ternura, lo que pasa
resbalando en caricia o en huida,
lo que sonríe simplemente, lo que calla,
todo me ofrece el amor en. entrega.

¡ Oh tristeza. serena, dulcísimo silencio,
suave muerte de brisas y de arena !,
con los párpados bajos escucho tu latido,
esa vida infinita que niega nombre y tiempo.

VUELO PERDIDO

¿Quién ha descifrado el secreto inefable del cuerpo terreno?
¿Quién puede decir que entiende lo que es la sangre?
ubo un tiempo en que todo era cuerpo -un cuerpo
Los venturosos amantes flotaban en sangre celeste,

                           Novalis.

                                                       A José Luis Gurruchaga
                                                       muerto en la Fuenfría una primavera
                                                       dulce como ésta.

Con un golpe de sangre
volviste a la tierra,
con un solo grito,
con un solo golpe de sangre.

Más vivo estás ahora, amigo mío,
hecho blancos gusanillos que agitan las raíces,
materia convertida en lenta savia
que sube, hoy, por los árboles, temblando.

Y estás en esas flores
azules, y en el aire que las mueve,
como en las nubes, amigo, amigo mío,
y en el alto nivel del mar tranquilo.

Los poemas que no alcanzó tu mano
volvieron a la tierra consumidos
por la muerte y la llama que depura,
hechos todos amor: tierra a la tierra.

En esta primavera,
y en aquella de ayer, y en las que quedan
para mi cuerpo, triste de verse desprendido
de esa vida total tan fuerte o ciega,

te siento, amigo, amigo mío,
en la brisa que tanto perseguiste,
en el mar que hacía resonar tu sangre,
en los blancos manzanos agitados,

y en esta paz, amigo, amigo mío,
del silencio y la noche que nos cubre
con sus bóvedas de música sin alma,
de música quieta, en una muerte clara.

PRIMAVERA

Con ternura,
con mis pulmones de una dulce palidez, llorada rosa
y avidez anhelante
que son casi dos niños enamorados del aire,
con asombro,
con todo lo que en mi cuerpo es aún capaz de inocencia,
pienso en los grandes animales melancólicos y mansos,
y en los pequeños, devoradores y tenaces.

También esos bueyes tuvieron
su piel lisa del tiempo de las rosas ;
pero ahora están cubiertos de una fría dureza,
de conchas y pequeños objetos milenarios.

Pienso en ellos y los amo
por el cansancio y la dulzura de su tristeza aceptada,
y los amo sobre todo
por sus ojos aplacados y su fuerza que no usan ;

pienso en las hormigas, siempre cerca de la tierra
naciendo debajo de su oscura lengua ;
pienso en los limacos resbalando
por su suave camino de seda y de saliva ;

pienso en todos los pequeños animales
y en los grandes también, que tienen algo
de tristeza de mar al mediodía ;

y pienso en los animales rubios y voraces
que, juntos, forman la alegría del domingo,
y en su pulso vivísimo que agitan
la brisa y el olor de los jazmines.

La hierba crece diminuta e irresistible
como lenta invasión de nueva vida.
Llega la primavera y las muchachas
tiemblan entre las grandes flores blancas y amarillas.

Con los pulmones abiertos respiramos el aire.
Los gritos, sin nacer, se miran extasiados.
El cerebro enternece por su muda blancura
de planta sofocada de gozos silenciosos.

Cierro los ojos para unirme con las plantas,
con todos los seres no nacidos
que, bajo tierra, siento ya que se agitan.

Cierro los ojos. Duermo. Mis pulmones
como dulces y vivos animales se estremecen ;
dentro de mí luchan sus pálidas raíces,
hacen quizá por desprenderse.

¡ Oh silencio infinito en el que siento
un escondido latir de imperceptibles gritos,
un tenaz y pequeño palpitar
de nuevas vidas hechas o nueva primavera !

¡ Oh manos diminutas moviéndose ose en la yedra !
¡ Oh primavera ! ¡ Volver ! Renunciar a lo que fui
para ser la nueva vida que crece ya bajo la tierra.

AMOR

Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.

Esta tarde -mar, pinares, azul-,
suspendido entre los brazos ligerísimos del aire
y entre los tuyos, dulce, dulce mía,
un ritmo palpitante me cantaba:
vivir es fácil y, a veces, casi alegre.

La brisa unía en un mismo latido
nuestros cuerpos, los árboles, las olas,
y nosotros no éramos distintos
de las nubes, los pájaros, los pinos,
de las plantas azules de-agua y aire,
plantas, al fin, nosotros, de callada y dulce carne.

La tierra se extasiaba ; ya casi era divina
en las nubes redondas, en la espuma,
en este blanco amor que, radiante, se eleva
al suave empuje de dos cuerpos que se unen en la hierba.

¿Recuerdas, dulce mía, cuando el aire
se llenaba de palomas invisibles,
de una música o brisa que tu aliento
repetía apresurado de secretos?

Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Contigo entre los brazos estoy viendo
caballos que me escapan por un aire lejano,
y estoy, y estamos, tocando con los labios
esas flores azules que nacen de la nada.

Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Al hablar, confundimos; al andar, tropezamos;
al besarnos no existe un solo error posible:
resucitan los cuerpos cantando, y parece
que vamos a cubrirnos de flores diminutas,
de flores blancas, lo mismo que un manzano.

Dulce, dulce mía, ciérrame los ojos,
deja que este aire inunde nuestros cuerpos ;
seamos solamente dos árboles temblando
con lo mismo que en ellos ha temblado esta tarde.

Vivir es más que fácil ; es alegre.
Por caminos difíciles hoy llego
a la simple verdad de que tú vives.
Sólo quiero el amor, el árbol verde
que se mueve en el aire levemente
mientras nubes blanquísimas escapan
por un cielo que es rosa, que es azul, que es gris y malva,
que es siempre lo infinito y no comprendo,
ni quiero comprender, porque esto basta:
¡ amor, amor !, tus brazos y mis brazos,
y los brazos ligerísimos del aire que nos lleva,
y una música que flota por encima,
que oímos y no oímos,
que consuela y exalta:
¡ amor también volando a lo divino !

VIDA DE LA MATERIA

                                                       A la estatua del almirante Oquendo
                                                       frente al mar.

¡ Oh cuerpo de hierro verde
mordido por los ardientes óxidos nocturnos,
mordido de salitre,
batido por el viento de cólera y deseo de los mares !

¡ Oh cuerpo de hierro verde y corroído,
donde viven hechos fiebre descompuesta
todos los sueños pesados y ciegos
que dan ser a la materia !

¡ Oh cuerpo de hierro nocturno
envuelto en una yedra de gritos sofocados,
cuerpo de hierro verde
con los ojos comidos y el pecho socavado !

Hombre que se levanta frente al mar y los vientos,
hombre cuyas heridas cubre sangre seca,
cubren granos duros y blancos de salitre,
cubren rosas de azufre o muertes floreciendo.

¡ Oh cuerpo de hierro verde o hierro vivo,
cuerpo que ya no es cuerpo sino llama doliendo!
¡ Oh estatua que los huracanes levantan hasta el cielo,
golpean con sus rayos -filón duro entre nubes- ;
estatua que el silencio desciende bajo un sueño
de mares que se pueblan o piensan sus deseos !

Sí, yo sé que hay estatuas de mármol eterno,
estatuas cuya muerta perfección
se conserva disecada en los museos;
mas tú no eres como ellas
-¡ oh estatua del almirante Oquendo !-,
devorada por el oro del yodo y el salitre,
devorada por óxidos verdes y huracanes,
negándote a la muda quietud cristalizada,
convulso o exasperado grito informe.

¡ Oh cuerpo, cuerpo
que para vivir, como un hombre, se está destruyendo !
Sé que la luna te quisiera muerto en blanco,
tendido bajo sus árboles de alcanfor congelado,
y sé que el mar te sueña estatua de salitre,
luciente aparición en la blanca inconsciencia,
en la masa flotante, traslúcida y sin alma
de las medusas lunáticas y opacas.

Pero a ti te llama la noche de la sangre
donde las errantes noctilucas fosforecen,
donde hierve una vida de gritos abrasados'
royendo o animando la materia.

¡ Oh estatua del almirante Oquendo !
Tú aspiras a una muerte de vida consumida,
no a muerte en abstracción de mármoles perfectos,
no a muerte en teorías cerrándose en sí mismas,
no a falsa eternidad que es muerta muerte.

Los vientos te golpean con alas impacientes ;
a tu mirada se abre un ansia de horizontes,
cuerpo de hierro nocturno salpicado de espuma,
de espuma ligera, de viva espuma blanca.

¡Qué gozo consumirte, volar disperso al viento,
sentir que se hace frágil, que se rompe tu pecho
donde hay manos cerradas y hay pájaros abiertos:
tu infancia de marino vuelta un día hacia dentro !

¡ Oh cuerpo consumido de óxido y salitre !
¡ Oh enhiesta y convulsiva soledad !
¡ Oquendo ! ¡ Oquendo !
Nombre cóncavo y vacío del mar.

ANSIA

El hombre es pequeño para el ansia que siente
cuando el aire dilata sus dulces pulmones,
o el mar se abre infinito a sus ojos voraces.
El hombre es pequeño para el ansia que siente.

Demasiado pequeño para esta brisa joven
que le empuja imperiosa, suavísima y potente ;
demasiado pequeño para el silencio en ciernes
y su mirar abierto de pájaros perdidos.

El hombre es pequeño para sus presentimientos,
para su capacidad de sufrir sobre todo.
La vida que le duele le pone de puntillas,
con los brazos abiertos, en el borde del grito.

Esta ansia infinita: la música que inventa
a falta de otras alas que le llevan más lejos,
le espanta porque se abre como abismo o peligro,
porque sabe que en ella sólo escucha un delirio.

El hombre es pequeño para el ansia que siente.
Ser más ser algo más es su angustia. y su gloria.
La vida que desea le devora,
le destruye por dentro como un grito imposible.

El hombre- sabe aquello que no debió, ser dicho
y es esta conciencia lo que le hace pequeño.
¡ Oh qué bello animal voraz y rubio
pudo haber animado este ardor pensativo !

No lloro por el ángel que otros sueñan,
doncel consumido de tristes primaveras,
no por su tensión disparada al vacío,
no por almas dolientes de música encerrada.

Lloro por el animal de dientes blancos
y ojos limpios que pudo ser el hombre.
Lloro por un ansia que atormenta
y debió ser una recta violencia.

Lloro la inocencia perdida para siempre,
el ansia que los hombres ahora no, comprenden,
que llaman dios, amor, belleza, mar, angustia
y aun muchas cosas más sin sentido igualmente.

Lloro al animal feroz y alegre
que pudo haber sido el hombre que ahora sufre ;
lloro por el alma y con el alma
ligera de música evaporada al infinito.

Y lloro el que los huracanes nos espanten
porque su viento gime, y ríe, y amenaza,
y hace muecas a un tiempo grotescas y terribles ;
lloro porque nos asusta lo que debió ser tan nuestro:

las uñas que nos cortamos estúpidos y pulcros
los dientes que se hicieron para brillar en la risa,
nuestra sangre -caliente que aún hoy día palpita
cuando olemos los bosques y el mar en la brisa.

Lloro al animal voraz y rubio.
La música traiciona nuestro anhelo latente.
El hombre cada día se hace más pequeño,
pero el ansia de siempre sigue siempre creciendo.

El hombre es pequeño, pequeño, para el ansia que siente
cuando el viento le llama desde un fondo ignorado
o la noche le envuelve en amor que levanta
El hombre es pequeño para el ansia que siente.

TIERRA

El mar está en mí sangre con su sal y su llanto,
con su oscuro latido de vida fuerte y ciega ;
me inunda su marea de pausas sofocadas
y una angustia que crece y no encuentra su grito.

La noche misma late dentro de un cuerpo frío ;
bajo una piel lisa hay músicas convulsas ;
por mis venas escapa su latido nocturno
mientras queda en mis labios la palabra o la espuma.

Pero aún nada brota. La vida se contiene.
Voraz y primitiva sueña piedra caliente:
los toros de Guisando y la Dama de Elche ;
Iberia no una Grecia de falso mármol blanco.

La vida de esta tierra me agarra desde dentro,
imperiosa y terrible, con un amor que vence,
con sus labios de arena y su abrazo de muerte,
y su sueño de siempre, y un dolor que me duele.

Siento que su sangre, se extiende lenta y densa
en mis venas y en sus plantas igualmente,
y en ese dios terrible de aridez y ardor ciego
que alimentan las heridas de los héroes sin gloria.

Tierra que sueña confusa y el dolor ilumina
mientras un mar lejano late y amenaza ;
dentro de mi sangre siento que se mezclan
el mar que tiembla frío y tú, tierra caliente.

Tengo el mar en los ojos, la tierra en mis entrañas.
Si el mar habla de vidas no nacidas,
la tierra habla de muertos que aún la agitan ;
y los brazos se tienden ; mas los pies no caminan.

Lucho por el hijo de la arcilla y el ansia
que detuvo su barco al tocar nuestras playas,
por aquel que pobló con su amor nuestra tierra
y dio con su dolor aliento a nuestros dioses.

Por aquel primer hombre que al alzar la cabeza,
en sus ojos de oro tuvo nuestras estrellas ;
por aquel primer hombre que al bajar la cabeza,
sintió que luchaban raíces con sus venas.

La brisa le traía la música infinita,
la promesa indecible de lo que siempre parte
horizontes remotos de un mar con nubes malvas,
de un mar que le llamaba a un mañana invisible.

Iberia le tendía sus ásperos brazos:
una total entrega, lo que está y no se sabe ;
los siglos dormidos bajo rocas y muerte:
pasado que no habla, pero mueve los labios.

Por aquel hombre luchan mar y sangre en mis venas
y, en la noche, el dolor, como un árbol, se enciende.
Hay llamadas que escapan y hay gritos hacia el fondo,
y hay temblor, y temblor; y hay temblor todavía.

Hay vida estremecida que no encuentra su grito.
Por los campos del ansia voy huyendo o buscando ;
el viento me da miedo porque empuja al abismo,
y el mar porque está lleno de música y silencio.

A ti te escucho tierra, tierra mía en mi sangre,
palpitando en mi cuerpo, aunque no te comprenda ;
tierra maternal cuyos muertos no hablan,
pero mueven mi lengua y mi sueño dormido.

A ti vuelvo cansado, dulcísimo y sumiso,
a escuchar tus palabras y a olvidar lo que hablé.
Los caballos escapan, veloces, sin deseo ;
tú, cóncava y sonora, recoges hoy mi ser.

Tierra, tierra mía, tu dolor muerde piedra,
se llama eternidad lo que agita a tus muertos,
el ardor que consume por algo que ignoramos,
mi ansia que palpita y aún no encuentra su grito.

Se llama eternidad ese cielo sin nieblas
desvelado de luz como un sueño implacable.
¡ Tierra, tierra mía que creas y destruyes
con un ansia voraz y un querer indomable !

EL AMOR Y LA TIERRA

El amor y la tierra se abrazan sollozando,
y la arcilla y el ansia, y el hombre nuevo nace.
-¿De dónde vienes, dime ; di, amigo, adónde vienes?
(Unos pájaros largos volaban sobre el llano.)

-¿De dónde vienes, dime?
                                                              -De un ansia atormentada,
de vidas que prometen, y duelen, y no brotan,
con un paso cansado y un peso resignado
a reposar tranquilo en tu oscuro silencio.

Tierra, no palpites, guárdame en tu tumba.
Traigo los labios blancos de avidez y de espanto.
Mi dolor es tan grande como aquella esperanza
me dio tanto amor y hoy me pesa tan hondo.

Creía que unos brazos en cruz abren los mares,
que unos ojos dan luz al cielo estremecido,
que unos labios que tiemblan pronuncian ya palabras.
Creía que las cosas nacen sólo del ansia.

Ahora vengo cansado, dulcísimo y sumiso,
con un peso de gritos que no han podido huir,
y te encuentro a ti, tierra, y en tu oscuro latido

perpetúo la angustia que heredé de tus muertos.

El amor y la tierra se abrazaban convulsos;
se abrazaban las ansias palpitantes e informes
y la tierra que sube mojada, espesa y fría
y abandona en mi cuerpo su eternidad sin alma:

su yerta eternidad de extensión desolada,
de cielo en desvarío que no encuentra sus nubes,
de una luz que se sufre como muerte desnuda
que despoja de gritos y sueños confundidos.

-¿De dónde vienes, dime ; di, amigo, adónde vienes?
-De una vida que duele porque ignora sus gritos
vengo a tu muerte, tierra, de eternidad dormida ;
de un correr detenido a lo inmóvil que vibra.

Mis brazos se han abierto con deseo de alas
y hoy abrazan la tierra, cuna y tumba del ansia.
Un hombre nuevo nace sobre otros hombres muertos.
Hombres muertos descansan bajo el hombre que nace.

Voy por el mundo y canto. Voy por el mundo y lloro.
De tanto como amo no comprendo las cosas:
esta vida voraz que me espanta y me llama,
me da dolor y rabia, y me aterra, y me absorbe.

Tierra, guárdame contigo, con tu muerte caliente,
con tu sueño materno de gritos sofocados ;
que un puñado de barro me tapone esta boca
que se abre y se abre, y no encuentra su grito.

NO EL OTOÑO

Otoño fiel: ¡oh madurez! Cansancio.
El fruto cae pesado, vuelve blando a la tierra,
se consume en aroma que flota denso y bajo
con un sopor caliente que inunda de inconsciencia.

El hombre está en la sombra, tendido, fatigado,
y dulce es el hastío, casi dulce la muerte,
demasiado dulce la música que le hunde
en un lento naufragio de pálidas caricias.

El hombre diminuto padece mil ternuras,
juzga cruel la terrible victoria de la vida,
se espanta ante ese gozo de la tierra exaltada
que sueña delirante sus nubes y sus monstruos.

¡ Oh fuerzas heroicas ! ¡ Viento oscuro ! ¡ Entusiasmo !
¡ Oh mar que se ilumina de venganza !
¡ Oh jóvenes, oh rápidas,
devastadoras y alegres lluvias claras de marzo !

A vosotras os llamo, y mi sangre se enciende.
con dolor poderoso quisiera reteneros.
A ti: ¡ oh mar, oh vida, oh joven
cuerpo tan fuerte como la inocencia !

Pero el hombre es pequeño. Y tierno. Y resignado.
Llamamos madurez a un cansancio de otoño.
Insistente me hunde hacia dentro una muerte
que pesa justamente lo mismo que mi cuerpo.

El hombre cae sin fuerzas. Las ráfagas se alejan.
Sopores vegetales sofocan su arrebato.
Pesada y ciega sueña la carne mientras leves,
músicas sin alma pueblan su vacío.

¡ Oh demasiado dulce !, tú invitas a la muerte,
pero algo palpita con ansia todavía.
La brisa dilata mi respirar pequeño,
lo exalta hacia una vida transparente y lejana.

Ligero ardor del aire,. tú elevas de mi sangre
un dios ágil, desnudo, más joven que yo mismo.
No quiero, no, reposo. Luchar, vivir me basta,
contigo, dios alegre de la. muerte valiente.

CON LAS FUERZAS. PRIMERAS

La blanquísima espuma
que estalla y se levanta en inocente rebeldía ;
las nubecillas henchidas de luz rosa,
diminutos pulmones o a avidez que palpita ;

el mediodía que surge como un toro encarnado
y alza la victoria del sol entre sus cuernos ;
el mar, el mar que muere
y nace siempre nuevo a cada instante ;

las fuerzas primeras que luchan alegres ;
verdades primeras, los cuerpos matinales
de un espléndido amor que ignora la derrota,
de una espléndida muerte que ignora el pensaiento ;

la alegría, el dolor, los aires, la batalla,
todas las horas de la vida exaltada
que hacen de mí un hombre embriagado
que ama, se aniquila, se debate abrazad con el viento,

todo esto quiero, lo valiente, ligero,
abrasado, veloz, limpio de ciegas
y densas somnolencias vegetales,
libre de la pasiva pesadez de la carne siempre inerte.

La materia se pudre en charcas lentas
de dulzura, de música parada,
de pálida fiebre que poco a poco cubren
tornasoles que giran con sus fuegos sombríos.

A la muerte se inclinan los cuerpos fatigados,
a un sueño que sofoca nuestras fuerzas heroicas ;
llamamos la derrota, tristeza, luz serena,
moral, sabiduría, o música, o dulzura.

La sangre que protesta violenta,
la apretada blancura de un manzano que grita,
la brisa que delira perdida entre los pinos,
la locura dorada del poniente,

todo clama y levanta a una vida más alta:
¡ confundirse en la lucha de las fuerzas primeras !
¡ Ser un bello momento en lo eterno que es triste !
Rebeldía de espuma blanca en mares de hastío.

Un caballo en la playa que respira el salitre,
que siente la imperiosa caricia de la brisa,
que oye un clamor alegre, los disparos, el día...
Un caballo comprende. Y ama: veloz corre.

Sólo el hombre que atiende venenos, melodías,
se abandona a la dulce pesadez de la carne,
a la inercia que hunde en olvido de todo,
y piensa, y se detiene. Y acaricia la muerte.

La vida es terrible, atroz en su belleza,
pero yo la acepto -los dientes apretados,
los puños apretados -y mis ojos
de tan claros quiero que parezcan feroces.

La inocencia es espanto. La desnudez florece
con una violencia demasiado alegre.
Pero yo quiero esto. Callad, callad vosotros,
blancos profesores de melancolías.

Sois demasiado sabios
para un mundo que es joven, que sigue siendo joven
en el amor, en las olas, en el viento,
en su alegre rebeldía sin sentido.

Mil dolores pequeños a veces me anonadan.
La noche me recoge fatigado y me abraza ;
pero vuelvo, y aún vuelvo, y vuelvo todavía
violento y desnudo, joven con el día.

La vida me alimenta; yo quemo la alegría.
La luz es resplandor de espadas. que combaten
y creo en la ráfaga, en los gritos
que aún no han muerto en pensamientos.

No importan mis angustias, no voy a confesarlas.
Basta para vencerlas la inocencia dorada
de las fuerzas primeras que crean y destruyen.
Basta la obediencia

a las verdades primeras,
a la tierra y el fuego, al viento libre al mar,
a la tromba y la sangre, y también
al pequeño jazmín que crece entre la hierba.

ENTRANDO EN EL BOSQUE

Una rápida huida ilumina los bosques.
Un rumor se levanta como un mar cuando tiembla.
¿Quién me llama en lo oscuro? ¿Qué me empuja a la tromba?
Lo que saben los hombres y los dioses ignoran.

¡ Oh cuerpo, qué nostalgia de carreras veloces
confundido en tropel con las fuerzas primeras !
Cuando el bosque palpita, algo en mí le responde.
Rompen, ciegas, las fuerzas bajo mi pensamiento.

La tierra habla con voz de siglos olvidados.
¡ Oh calor maternal al entrar en la noche
que un tam-tam o mi pulso, la obsesión alucina !
¡ Llevadme, bacantes, oh vida potente !

Ya dentro del bosque, me detengo, me espanto.
Son hojas que se agitan, mi sangre apresurada,
y, en la playa lejana, dos olas que retumban,
dos olas que golpean la soledad del mundo.

Esas nubes perdidas, ese cielo callado,
verde pálido y frío que se exalta hacia plata,
es la imagen de un ser que se mira y que sueña
con horror y deleite su propio vacío.

A los dioses les basta contemplarse a sí mismos,
pero yo soy un hombre, soy de sombra y de sangre
¡ Oh rumor de este bosque ! ¡ Oh ráfaga ! Parece
que, de nuevo, tú quieres llevarme.

Pero solo es el viento, es un aire delgado,
pálida nostalgia de aquella tromba ardiente
donde un día viví confundido. y ajeno
a este triste agitarme confinado en mí mismo.

Soy un ansia sin brazos,
soy un dedo sin mano, soy un grito sin boca,
soy un cuerpo cerrado
que la sangre golpea buscando salida.

La atención agíganta mi latido pequeño.
¡ Vida aprisionada ! ¡ Pulso de la angustia !
¡ Quiero labios, amor ! Que el dolor me abra heridas
cauces anchos, y quiero
que mi sangre se vuelque por ellas
con su libre abundancia a la tierra.

Quiero morirme, quiero la vida sin nombre,
no el héroe destacado del Coro con que empieza
la tragedia, la lucha, la conciencia, el pecado,
el hombre que se mira a sí mismo y se piensa.

Hoy sé que sólo vale el empuje primero:
la raíz que socava con su sangre y su llanto,
la tromba que me arrastra, que me ama y destruye.
¡ Tierra ! ¡ Vida ciega ! ¡ Muerte grande ! Te amo.

 
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