cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
En 1956, ahorqué mis hábitos de ingeniero burgués, abandoné la fábrica de mi familia y me trasladé a Madrid, con el cielo arriba y la tierra abajo. Eran años de lucha y vida furiosa en que Amparitxu tanto me sostuvo. Y aunque fueron también los años de multas, cárcel, persecuciones y dificultades económicas, son los que siempre añoraré. Porque entonces parecía que uno servía para algo.