A Grabiel

 Victoriano Crémer

SAN GABRIEL CELAYA

                                           "Yo no sé, nunca sabré
                                           dónde empieza la batalla,
                                           dónde acaba el no sé qué".

                                                                 (Gabriel Celaya)

¡Cómo nos mueren Gabriel, Santo y pobre Gabriel!
Sin encomendarnos a Dios, sin que nos canten
cenicientas plegarias destinadas a los mármoles
y sin que en las ventanas ni en las azoteas
ondeen pabellones con nuestra marca heráldica.

Arrugados como hongos extraidos de la mar
Y envueltos en los harapos supervivientes
de la ilustre pobreza de los ángeles
y de las cortezas de la Poesía.

(Esa mala madre
que asiste indiferente a nuestra muerte
y se entrega al galán carmesí
con la lujuria de la virgen abandonada.)

¡Ay, Gabriel, Gabriel Celaya, tan intenso
cuando vestido de hierro acometías
con grandes y sonoros versículos
a los ejércitos cervantinos y reclamabas
un puesto a la diestra de Dios Padre. Era hermosa
tu figura lanceadora y bella tu voz de soga al cuello.

Mas ocultos en las asesinas arboledas
te esperaban los delicados infantes
de la siringa, para que tu palabra
se convirtiera en pasto de melodías.

Y fue el silencio, Gabriel, el silencio rendido
del que se duele del alma partida y repartida.

Y acabaste muriéndote de tristeza.
                         ¡Qué muerte
para quien fue clarín de la alegría y la esperanza!
¡Cómo nos mueren, Gabriel, Santo y triste Gabriel,
por los siglos de los siglos!

Victoriano Crémer.
* Publicado en la revista Zurgai, número especial de diciembre de 1992.


 
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